sábado, 13 de octubre de 2018

23 OCTUBRE 2018: DOMUND

Resultado de imagen de DOMUND 2018


MENSAJE DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES

“Junto a los jóvenes, llevemos el Evangelio a todos”

Queridos jóvenes, deseo reflexionar con vosotros sobre la misión que Jesús nos ha confiado. Dirigiéndome a vosotros lo hago también a todos los cristianos que viven en la Iglesia la aventura de su existencia como hijos de Dios. Lo que me impulsa a hablar a todos, dialogando con vosotros, es la certeza de que la fe cristiana permanece siempre joven cuando se abre a la misión que Cristo nos confía. «La misión refuerza la fe», escribía san Juan Pablo II (Carta enc. Redemptoris missio, 2), un Papa que tanto amaba a los jóvenes y que se dedicó mucho a ellos.
El Sínodo que celebraremos en Roma el próximo mes de octubre, mes misionero, nos ofrece la oportunidad de comprender mejor, a la luz de la fe, lo que el Señor Jesús os quiere decir a los jóvenes y, a través de vosotros, a las comunidades cristianas.
 La vida es una misión

Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando es joven en edad, siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia adelante nuestra existencia. Nadie mejor que los jóvenes percibe cómo la vida sorprende y atrae. Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío. Conozco bien las luces y sombras del ser joven, y, si pienso en mi juventud y en mi familia, recuerdo lo intensa que era la esperanza en un futuro mejor. El hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión nuestra, nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

 Os anunciamos a Jesucristo

La Iglesia, anunciando lo que ha recibido gratuitamente (cf. Mt 10,8; Hch 3,6), comparte con vosotros, jóvenes, el camino y la verdad que conducen al sentido de la existencia en esta tierra. Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, se ofrece a nuestra libertad y la mueve a buscar, descubrir y anunciar este sentido pleno y verdadero. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de Cristo y de su Iglesia. En ellos se encuentra el tesoro que llena de alegría la vida. Os lo digo por experiencia: gracias a la fe he encontrado el fundamento de mis anhelos y la fuerza para realizarlos. He visto mucho sufrimiento, mucha pobreza, desfigurar el rostro de tantos hermanos y hermanas. Sin embargo, para quien está con Jesús, el mal es un estímulo para amar cada vez más. Por amor al Evangelio, muchos hombres y mujeres, y muchos jóvenes, se han entregado generosamente a sí mismos, a veces hasta el martirio, al servicio de los hermanos. De la cruz de Jesús aprendemos la lógica divina del ofrecimiento de nosotros mismos (cf. 1 Co 1,17-25), como anuncio del Evangelio para la vida del mundo (cf. Jn 3,16). Estar inflamados por el amor de Cristo consume a quien arde y hace crecer, ilumina y vivifica a quien se ama (cf. 2 Co 5,14). Siguiendo el ejemplo de los santos, que nos descubren los amplios horizontes de Dios, os invito a preguntaros en todo momento: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?».

 Transmitir la fe hasta los confines de la tierra

También vosotros, jóvenes, por el Bautismo sois miembros vivos de la Iglesia, y juntos tenemos la misión de llevar a todos el Evangelio. Vosotros estáis abriéndoos a la vida. Crecer en la gracia de la fe, que se nos transmite en los sacramentos de la Iglesia, nos sumerge en una corriente de multitud de generaciones de testigos, donde la sabiduría del que tiene experiencia se convierte en testimonio y aliento para quien se abre al futuro. Y la novedad de los jóvenes se convierte, a su vez, en apoyo y esperanza para quien está cerca de la meta de su camino. En la convivencia entre los hombres de distintas edades, la misión de la Iglesia construye puentes inter-generacionales, en los cuales la fe en Dios y el amor al prójimo constituyen factores de unión profunda.
Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el “contagio” del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor. No se puede poner límites al amor: fuerte como la muerte es el amor (cf. Ct 8,6). Y esa expansión crea el encuentro, el testimonio, el anuncio; produce la participación en la caridad con todos los que están alejados de la fe y se muestran ante ella indiferentes, a veces opuestos y contrarios. Ambientes humanos, culturales y religiosos todavía ajenos al Evangelio de Jesús y a la presencia sacramental de la Iglesia representan las extremas periferias, “los confines de la tierra”, hacia donde sus discípulos misioneros son enviados, desde la Pascua de Jesús, con la certeza de tener siempre con ellos a su Señor (cf. Mt 28,20; Hch 1,8). En esto consiste lo que llamamos missio ad gentes. La periferia más desolada de la humanidad necesitada de Cristo es la indiferencia hacia la fe o incluso el odio contra la plenitud divina de la vida. Cualquier pobreza material y espiritual, cualquier discriminación de hermanos y hermanas es siempre consecuencia del rechazo a Dios y a su amor.
Los confines de la tierra, queridos jóvenes, son para vosotros hoy muy relativos y siempre fácilmente “navegables”. El mundo digital, las redes sociales que nos invaden y traspasan, difuminan fronteras, borran límites y distancias, reducen las diferencias. Parece todo al alcance de la mano, todo tan cercano e inmediato. Sin embargo, sin el don comprometido de nuestras vidas, podremos tener miles de contactos pero no estaremos nunca inmersos en una verdadera comunión de vida. La misión hasta los confines de la tierra exige el don de sí en la vocación que nos ha dado quien nos ha puesto en esta tierra (cf. Lc9,23-25). Me atrevería a decir que, para un joven que quiere seguir a Cristo, lo esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación.

 Testimoniar el amor

Agradezco a todas las realidades eclesiales que os permiten encontrar personalmente a Cristo vivo en su Iglesia: las parroquias, asociaciones, movimientos, las comunidades religiosas, las distintas expresiones de servicio misionero. Muchos jóvenes encuentran en el voluntariado misionero una forma para servir a los “más pequeños” (cf. Mt 25,40), promoviendo la dignidad humana y testimoniando la alegría de amar y de ser cristianos. Estas experiencias eclesiales hacen que la formación de cada uno no sea solo una preparación para el propio éxito profesional, sino el desarrollo y el cuidado de un don del Señor para servir mejor a los demás. Estas formas loables de servicio misionero temporal son un comienzo fecundo y, en el discernimiento vocacional, pueden ayudaros a decidir el don total de vosotros mismos como misioneros.
Las Obras Misionales Pontificias nacieron de corazones jóvenes, con la finalidad de animar el anuncio del Evangelio a todas las gentes, contribuyendo al crecimiento cultural y humano de tanta gente sedienta de Verdad. La oración y la ayuda material, que generosamente son dadas y distribuidas por las OMP, sirven a la Santa Sede para procurar que quienes las reciben para su propia necesidad puedan, a su vez, ser capaces de dar testimonio en su entorno. Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene, y antes incluso lo que es. Me gusta repetir la exhortación que dirigí a los jóvenes chilenos: «Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: Le haces falta a mucha gente y esto piénsalo. Cada uno de vosotros piénselo en su corazón: Yo le hago falta a mucha gente» (Encuentro con los jóvenes, Santuario de Maipú, 17 de enero de 2018).
Queridos jóvenes: el próximo octubre misionero, en el que se desarrollará el Sínodo que está dedicado a vosotros, será una nueva oportunidad para hacernos discípulos misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines de la tierra. A María, Reina de los Apóstoles, a los santos Francisco Javier y Teresa del Niño Jesús, al beato Pablo Manna, les pido que intercedan por todos nosotros y nos acompañen siempre.
FranciscoVaticano, 20 de mayo de 2018,Solemnidad de Pentecostés



EL GRAN CAMBIO ES DESDE DENTRO

Anastasio Gil

Director de OMP en España

Hace 99 años, el planeta estaba convulsionado por los efectos de la I Guerra Mundial. Hacía poco que esta había concluido, pero sus efectos devastadores se podían palpar en la sociedad. La Iglesia también sentía que algo importante estaba cambiando el mundo. La actividad misionera había recibido un fuerte zarpazo por la “baja” de tantos misioneros europeos que, por efectos de la situación, habían regresado a sus orígenes o habían abandonado la barca. A ello se sumaba un hecho que ahora, desde la perspectiva histórica, somos capaces de valorar: la falta de vocaciones nativas. Las Iglesia nacientes se habían acostumbrado a “recibir”; nunca habían sentido la necesidad de “dar” de sí mismas. Parecía que los misioneros venían de lejos con los bolsillos llenos de viandas.
En estas circunstancias, el papa Benedicto XV publica la carta apostólica Maximum illud, sobre la urgencia de la actividad misionera de la Iglesia. Era el 30 de noviembre del año 1919. En ella el Pontífice denunciaba proféticamente la necesidad de cambiar el mundo, cambiar los corazones, desde dentro. Es profética, porque hasta la fecha la idea era que, si algo podía producir un cambio, vendría desde fuera. Grave error. Benedicto XV señala que la transformación que necesita la humanidad brotaría de las comunidades cristianas que estaban naciendo en distintos puntos del mundo. ¿Adónde apunta el Papa? A las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada que Dios estaba suscitando en las Iglesias jóvenes.
Estas intuiciones del Papa estaban en sintonía con algunas iniciativas que el Espíritu Santo había ido suscitando en laicos sencillos y anónimos. Iniciativas que, de manera providencial, asume como propias y que serían, poco después, las Obras Misionales Pontificias de Propagación de la Fe, Infancia Misionera y San Pedro Apóstol. Al comprobar que la Iglesia se había puesto en marcha para orar juntos y colaborar con los que eran enviados a la misión, el papa Pío XI establece, el 14 de abril de 1926, una Jornada Mundial de las Misiones que se celebraría, a partir de ese mismo año, el penúltimo domingo de octubre. Así, nos situamos hoy en el 92 aniversario de este día que conocemos con el acrónimo “Domund”.

“Discípulos misioneros”
La lectura de las últimas cartas del papa Francisco, incluso el Mensaje que ha entregado a la Iglesia con motivo de la Jornada de este año, junto a su discurso a los directores nacionales de OMP el pasado 1 de junio, nos lleva a comprobar que hay motivos sobrados para asumir las preocupaciones que promovieron la publicación de la Maximum illud de Benedicto XV, cuyo centenario celebraremos el próximo año. No es el momento ni el espacio para enumerar o analizar lo que es reiteradamente recordado por Francisco, pero sí para desvelar alguna de sus preocupaciones por las que el Papa invita, más aún, urge a la Iglesia a una renovación profunda en el ámbito de la misión.
De la recurrente repetición de expresiones de carácter misionero que han hecho fortuna en el lenguaje eclesial merece la pena destacar la de “discípulos misioneros”, felizmente acuñada en Aparecida, que ilumina esta Jornada del Domund y justifica su propuesta: “Cambia el mundo”. “Discípulos” es la condición esencial de quien se ha sentido llamado a tomar parte en el anuncio del Evangelio, movido por esa “pasión por Jesús” que es la misión. Este es, en definitiva, el mandato del Señor: “haced discípulos”. A la hermosa realidad del discipulado se suma la de ser “misioneros”, que no es un simple adjetivo de operatividad, sino la expresión de quien tiene “pasión por el pueblo” (cf. EG 268). Es la dimensión cósmica y universal del anuncio de la Buena Nueva. Esta es la razón por la que Francisco insiste reiteradamente en la necesidad de la renovación y conversión del corazón, que comporta una refundación, una recalificación según las exigencias del Evangelio.
Las recientes palabras del Santo Padre a los directores nacionales de OMP son prueba de ello: “No se trata simplemente de replantear las motivaciones para mejorar lo que ya hacéis. La conversión misionera de las estructuras de la Iglesia requiere santidad personal y creatividad espiritual. Por lo tanto, no solo renovar lo viejo, sino permitir que el Espíritu Santo cree lo nuevo, […] haga nuevas todas las cosas. Él es el protagonista de la misión: es él el “jefe de la oficina” de las Obras Misionales Pontificias. Es él, no nosotros”.

Cambia el mundo
La Dirección Nacional de las Obras Misionales Pontificias en España ha propuesto, en efecto, como lema para el Domund 2018, “Cambia el mundo”. La apuesta es audaz y atrevida. Produce una cierta sonrisa de incredulidad. Sin embargo, no es otra cosa que lo que hace la Iglesiadesde su nacimiento, lo que hacen los misioneros cuando son enviados al mundo, lo que hace cualquier cristiano que se ha tomado en serio el ser discípulo misionero.
El cambio que promueve el Domund nace del corazón donde ha entrado Dios. Desde un corazón que ama se vence el egoísmo, se deja de pensar solo en las necesidades propias y se comienza a pensar en las necesidades de los demás. Se sale, de las cuatro paredes del confort, al mundo sin fronteras. El Señor da fuerza y acompaña a quien emprende este camino, que es el camino del discípulo misionero. “Esta transmisión de la fe, corazón de la misión de la Iglesia, se realiza por el «contagio» del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dilatados por el amor”, dice el papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada Mundial de las Misiones.
Una mirada a los pueblos evangelizados desde el minuto cero certifica que este cambio es susceptible de llevarse a cabo, porque no se trata de planes que no se puedan abarcar, sino de acciones que se puedan realizar. Por eso, no se puede hablar de la evangelización como algo “teórico”, sino como una transformación real. De hecho, Obras Misionales Pontificias propone a los misioneros como ejemplo de que el cambio en el mundo es posible. Ellos lo provocan con su “vida y obra”; con acciones concretas que han transformado la realidad de pueblos y personas con nombre y apellido. Solo desde esa “proximidad” se va produciendo poco a poco el cambio global.
Y es que el gran cambio que transforma los corazones esclavizados por el individualismo, el espiritualismo, el encerramiento en pequeños mundos, la dependencia, la instalación, la repetición de esquemas ya prefijados, el dogmatismo, la nostalgia, el pesimismo, el refugio en las normas, llega a través de cambios pequeños, es posible y está al alcance de todos: “Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»” (GE 169).


https://www.omp.es/domund/

No hay comentarios:

Publicar un comentario