Relato conmovedor del testamento espiritual de Tiziano Terzani, famoso corresponsal de guerra que vivió grandes acontecimientos de la historia reciente. La película, basada en libro que escribió con su hijo Folco, narra con sencillez y fuerza expresiva su itinerario personal, centrándose en la experiencia espiritual que marcará sus últimos años a partir de iniciar la lucha con un cáncer.
Con estilo teatral y por lo tanto desplegado en base al trabajo de los actores, nos ofrece una actuación sugerente en sus registros de un Bruno Ganz en estado de gracia, representando a Tiziano. Como complemento oyente Elio Germano, en el papel de su hijo Folco Terzani , actor que ya nos había sorprendido gratamente haciendo de Claudio en "La nostra vita" (2010, Daniele Lichetti).
Jo Baier, el director, nos indica la perspectiva de su obra. "No puedo evitar el hecho de que soy un director de documentales y siempre busco el lado oculto para ver hasta qué punto el libro narra la realidad y hasta qué punto la calla. El libro es muy informativo, pero despierta la curiosidad sobre su vida privada" En este sentido, y desde la relación directa con los familiares de Tiziano, la película se centra más en el lado existencial que en el público, más en las motivaciones que en las realizaciones de su vida.
La elección formal de la sencillez del relato tiene como contrapunto la belleza de una naturaleza que pasa a ser personaje, al describir tanto los estado de alma como la profundidad cósmica. Así el paisaje y sus elementos cobran una dimensión especialmente significativa. Un árbol puede ser reflejo de una persona, un grillo puede ser el contrapunto de la esencia infinita en la pequeñez inmediata, una montaña describe el ascenso de una vida y el cielo infinito llega a decir el destino del ser.
La trayectoria como periodista de Terzani y sus simpatías ideológicas por el comunismo son puestas a prueba en medio de grandes acontecimientos sociales y políticos del siglo XX como la guerra fría, la China maoísta, la guerra de Vietnam o el apartheid sudafricano. El ocaso de las ideologías marcará un giro en su vida hacia la dimensión espiritual. El mundo sólo puede cambiar si cambia cada ser humano, afirmará.
Cuando en el 2004 le diagnostican un cáncer al protagonista, se acentúa su llamada a cerrar el círculo de su vida afrontando su muerte. Tras un retiro de tres años junto a un sabio en el Himalaya se aparta junto con su esposa Angela a una casa en la Toscana. Allí en los últimos días invita a su hijo a escribir esta especie de testamento espiritual.
El testimonio se va centrando en ofrecer una mirada distinta a la muerte. Que no sea exclusivamente trágica sino confiada, alegre y en esperanzada. La debilidad del cuerpo se contrasta con un crecimiento del espíritu que se va progresivamente identificando con el Ser Supremo al que se va incorporando. Este proceso de disolución supone un contraste con la perspectiva cristiana de la resurrección. Pero el contraste es enormemente sugerente y el carácter testimonial lo sitúa en una especial validez.
Probablemente las últimas secuencias sean demasiado didácticas y excesivamente explícitas. Aquí quizás el director haya perdido su confianza en el poder simbólico de sus imágenes. Y su deseo de presentar la muerte perfecta le haya decantado por una presentación artificial y demasiado preciosista. Sin embargo, este desliz no llega a invalidar la fuerza dramática de una propuesta potente desde el punto de vista espiritual.
Muy sugerente para el diálogo interreligioso sobre la cuestión antropológica y escatológica, nuevamente el cine nos confirma que el contraste de las perspectivas espirituales puede ayudar a la profundización teológica. En este caso, la teología cristiana aporta la dimensión personal de la resurrección tanto en Cristo como en la nueva humanidad. Esta se presenta como una fuente de riqueza de sentido, que se complementa con una dimensión cósmica que corre el riesgo de perder lo personal si no incorpora la revelación del Dios trinitario como rostro del Ser Supremo.
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